La ciudad
colmena de Le Corbusier
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La
doble influencia, formal y social, de la colmena, se percibe en las
concepciones corbuserianas de la ciudad. En 1925, cuando publicó su libro Urbanisme,
ya estaban definidas casi todas las obsesiones que aplicaría después en
numerosos proyectos más o menos realizables y desarrollaría en abundantes
textos teóricos. Está siempre presente esa concepción evolucionista aprendida
en el L’enchainement des organismes, de Gaston Bonnier, y patente en
montajes fotográficos como el que muestra un campamento en el desierto, una
ciudad medieval y la imagen de un rascacielos con un avión en primer plano. La
leyenda de esta última foto reza: "Ya no somos nómadas y es preciso
construir las ciudades".
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Pero no hay voluntad de elogiar el resultado
presente de esa "evolución". Al comentar más adelante otra fotografía
de Nueva York, Le Corbusier muestra su rechazo estético: "Entusiasmo,
admiración. ¿Belleza? Nunca. Confusión. El caos, el cataclismo, el trastorno
súbito de las concepciones conmociona. Pero lo Bello se ocupa de otra cosa
diferente; para empezar, está basado en el orden".
Le
Corbusier piensa que es preciso corregir o superar este estado de cosas. Una
diferencia importante respecto a lo existente es que sus rascacielos no serán
simples bloques de oficinas (como en las ciudades americanas), sino auténticas
concentraciones de viviendas. Durante toda su vida habló incansablemente de las
ventajas ecológicas y económicas de esta solución frente a la multiplicación
infinita de casas unifamiliares con pequeños jardincitos en los suburbios. Esa
idea, que era revolucionaria a principios del siglo XX, se convirtió, muy
degradada y mutilada, en una realidad universal a partir de los años cincuenta.
Llamamos ahora con frecuencia a estos bloques de viviendas
"hormigueros" o "colmenas" (dependiendo de los idiomas), y
olvidamos que nuestra intención peyorativa es justamente la contraria de la que
sirvió para justificar su aparición, según las concepciones originarias.
Los
primeros esbozos urbanísticos de Le Corbusier (desatendidos por casi todos los
historiadores) se encuentran en los carnets de 1914-1915 y muestran ya grandes
rascacielos de viviendas, en el centro de amplias retículas ortogonales, con abundantes
espacios vegetales. Algunos de estos bloques tienen una planta muy peculiar: un
hexágono central con otros hexágonos agregados en cada uno de sus lados, como
si formaran un fragmento de panal. La idea de la colmena está, pues, en el
origen más remoto del rascacielos corbusierano.
De
1922 data su "Plan para una ciudad de tres millones de habitantes" y
tres años más tarde hizo público el "Plan Voisin" para París. Nuestro
arquitecto mostraba una evidente propensión al gigantismo y una no menor
brutalidad al propugnar derribar un sector de la vieja capital francesa de
Francia para construir en su lugar inmensas estructuras de planta cruciforme.
El tiempo ha demostrado que muchas de sus propuestas "futuristas"
eran candorosas (como la idea de hacer el aeropuerto en el centro de la ciudad)
y ha descartado por completo su absoluta voluntad de regularidad y centralización.
La urbe que se exhibe en estos proyectos de los años veinte es, desde el punto
de vista funcional, como una inmensa colmena perfectamente regulada. Tampoco es
una casualidad que las viviendas a redent que alternan con los
rascacielos del "Plan Voisin" se hayan podido relacionar con los
dibujos del falansterio de Fourier.
Debe
mencionarse también la influencia de la idea de la ciudad-jardín, bien
documentada por diversos estudiosos. Las propuestas para distribuir en el
espacio sus estructuras Dom-Ino, con abundantes espacios verdes intercalados,
se inspiraron en los ejemplos ofrecidos por Benoit-Lévy en La cité jardin (1911).
Le Corbusier pensaba la arquitectura como si ésta fuese un ente geométrico,
limpio y nítido, plantado sobre la hierba. "¡Una ciudad"!, exclama.
"Es la mano del hombre puesta en la naturaleza. Es una acción humana
contra la naturaleza, un organismo humano de protección y de trabajo. Es una
creación". Sus declaraciones, en este mismo sentido, son innumerables.:
"El fenómeno gigantesco de la gran ciudad se desarrollará en los alegres
espacios verdes. La unidad en el detalle".
Este
ideal de una arquitectura blanca y ortogonal, elevada sobre la naturaleza, es
evidente al contemplar sus obras pero también en el modo como Le Corbusier las
describe. Así, a propósito de su famosa villa Saboye, dijo: "Otra cosa: la
vista es muy hermosa, la hierba es una cosa bella y el bosque también: se los
tocará lo menos posible. La casa se posará en medio de la hierba como un
objeto, sin molestar nada". Y más tarde, refiriéndose a La Tourette:
"El convento está ‘posado’ en la naturaleza salvaje del bosque y de las
praderas, que son independientes de la arquitectura propiamente dicha".
Del
libro LA METÁFORA DE LA COLMENA. DE GAUDÍ A LE CORBUSIER, Juan Antonio Ramírez
(Ediciones Ciruela, Madrid-1998)